jueves, 29 de enero de 2009

SER CATEQUISTA

ITINERARIOS DE FE PARA LA FORMACIÓN ESPIRITUAL DEL
«MINISTRO DE LA PALABRA»

SER CATEQUISTA HOY 6-5
por GAETANO GATTI



V

LA ALEGRÍA


VUESTRA ALEGRÍA NADIE OS LA PODRÁ QUITAR (Jn 16,22)
«HE AQUÍ QUE OS ANUNCIO UNA GRAN ALEGRÍA» (Lc 2,10)

Las actitudes interiores que experimentas en ti mismo están
destinadas a manifestarse cuando te encuentres con los
muchachos de tu grupo. Estás preocupado, pensativo, contento,
triste, aburrido, sereno... Todo esto no es una simple premisa a la
comunicación catequética, sino que es ya anuncio de la Palabra de
Dios que se trasluce de tu rostro, de tu modo de accionar, del tono
de tu voz...
Fiarse de los estados emocionales de un determinado momento
es, por tanto, condicionar ya el contenido del anuncio cristiano. Por
este motivo, la propuesta de fe exige de ti una actitud interior
fundamental que debe acompañarla de continuo. Todo encuentro
con el Señor es anunciado en términos de alegría: «He aquí que
os anuncio una gran alegría»' (Lc 2,10).
«Es muy humano el que a veces el catequista se sienta tentado
por el aburrimiento y el cansancio. Pero el alumno no deberá
percibir talas sentimientos en su mirada y en su rostro, sino la
alegría. El Señor ama al que da con alegría (2 Cor 9,7). Estas
palabras pueden aplicarse de manera especial al catequista, y el
Señor no consentirá que le falte el Espíritu de la alegría que hace
gustar la sobria embriaguez de los apóstoles en el día de
Pentecostés'' (Card. Giovanni Colombo).


1. LA PALABRA DE DIOS ES SIEMPRE
UNA «BUENA NOTICIA»
EV/BUENA-NOTICIA: Toda comunicación catequética es
siempre un «evangelio», es decir, que, por naturaleza, es una
«buena noticia», por el contenido que ofrece, por la meta que
propone y por las normas de vida que presenta.
Es un aspecto intrínseco de la Palabra que no puede ser
desatendido sin comprometer seriamente la autenticidad del
anuncio.
La alegría cristiana, más que un contenido temático, es una
dimensión permanente de la catequesis que no puede hacerse
depender del flujo y reflujo de los estados de ánimo del catequista,
de su temperamento o de su carácter. En realidad, es una actitud
interior que no depende de factores externos, porque esta
profundamente enraizada en la vertiente de la relación con Dios.
No resulta fácil y, sin embargo, tienes que presentarte en la
catequesis con la alegría en el alma, con la sonrisa en los labios,
con el entusiasmo en el corazón, no sólo porque en el plano
pedagógico tu tarea resultara más atrayente, los muchachos se te
mostrarán con una imagen distinta y disminuirán las dificultades,
sino sobre todo porque la alegría es un componente fundamental
del ministerio catequético. Pero, ¿que clase de alegría? _.

La alegría del corazón de Cristo
ALEGRIA-CRA: De suyo, la alegría del catequista no proviene
de que los muchachos correspondan o no a su ministerio. Esta
sería una alegría que significaría una recompensa y un premio
visible al esfuerzo. Tal vez esta satisfacción se te conceda pocas
veces, porque no serán muchos los resultados que puedas
verificar.
La alegría cristiana sólo se comprende en la fe, porque no es
una conquista, sino un don del Espíritu.
«Fruto del Espíritu es... la alegría» (Gal 5,22). De hecho, «la
alegría cristiana es esencialmente participación espiritual en la
alegría insondable, a un mismo tiempo humana y divina, que habita
en el corazón de Jesucristo glorificado» (DG 2). Es en Cristo, por lo
tanto, donde se invita al catequista a alcanzar la alegría y a
transmitírsela a los muchachos. En Jesucristo, el Padre presenta la
verdadera alegría y la comunica en el Espíritu. La alegría de
Jesucristo consiste:
­en sentirse amado por el Padre: «Me has amado antes de la
creación del mundo» (Jn 17,24);
­en dar gloria al Padre a través del ministerio de la Palabra: «Te
he glorificado... llevando a cabo la obra que me encomendaste»
(Jn 17,4);
­en sentirse en comunión con el Padre: «Yo estoy en el Padre y
el Padre está en mi» (Jn 14,10);
­en cumplir la voluntad del Padre: «Yo amo al Padre y obro
según el Padre me ha ordenado» (Jn 14,3 1).

Es una alegría que proviene del Padre y se manifiesta en las
diversas circunstancias de la vida, incluso en el dolor y en la
prueba, porque se fundamenta en Dios. Es una alegría teologal.
El Espíritu, al infundir en el cristiano el amor de Dios, comunica
la misma alegría de Jesucristo y le introduce en la experiencia de la
relación con el Padre.
En particular, la alegría del catequista consiste en desempeñar
su ministerio en comunión de vida con Cristo, es decir, en saber
que el Señor le acompaña y está cerca de él en su servicio de
anuncio de la salvación.
No trata de averiguar, por consiguiente, los resultados del propio
ministerio, sino que le es suficiente haber dado gloria a Dios
proclamando su Palabra a los muchachos. No pretende otra cosa.


El anuncio de la mañana de pascua
EV/RS: La alegría cristiana lleva siempre el sello pascual, porque
se remite siempre al anuncio de la resurrección del Señor, que es
su motivo central.
La pascua es el alegre anuncio que, por su importancia y su
significado, está destinado a volver del revés la vida de los
hombres y a determinar un nuevo rumbo a la historia y a los
acontecimientos. Es el «evangelio», es decir, la buena noticia que
el Padre nos ofrece en Jesucristo.
En el lenguaje del protocolo imperial, de donde está tomado, el
término «evangelio» se refiere por lo general al nacimiento del
príncipe o de un heredero del trono: en la comunidad cristiana, en
general, indica la muerte y la resurrección del Señor.
Este es, en realidad, el «evangelio» de los creyentes que hay
que proclamar a todos a través de los heraldos oficiales, en
contraposición con el carácter más bien secreto de la profesión de
fe de los grupos religiosos de aquel tiempo. El catequista lleva
siempre a los muchachos el anuncio de la mañana de pascua,
cuya alegría prolonga.
Pero no es el suyo el relato de un episodio del pasado, sino la
presentación de la experiencia de la comunidad cristiana.
­Es la comunidad cristiana la que, con su vida, confirma y
anuncia con alegría que el Señor ha resucitado, porque en ella se
trata de vivir como resucitados, dando testimonio de ello a las
nuevas generaciones.
­La alegría pascual es una realidad cotidiana, en el sentido de
que se propone como programa de vida de cada día, de que se
anuncia al Señor vivo presente en medio de nosotros y al que hay
que descubrir y proclamar.
­Para el cristiano todos los días son pascua; más aún, él mismo
es el signo más válido de la pascua del Señor. «Se ilumina de vida
la condición cristiana y se descubre la situación más atrayente de
nuestra experiencia de creyentes. Somos en verdad la pascua del
mundo» (G. Agresti).

Para los catequistas la pascua es un día sin ocaso, destinado a
prolongar siempre la hora de la resurrección del Señor, para que
cada muchacho viva el encuentro con el resucitado, ante todo en
el interior de la propia experiencia.

La alegría por la salvación
La pascua es el día de la alegría por ser el día de la salvación.
El sentido de la salvación acompaña siempre. como nota
inconfundible y original, a la alegría cristiana.
Es evidente, por tanto, que uno de los momentos privilegiados
del evangelio en los que se encuentra la alegría es el del retorno
del hombre después del pecado. Es la alegría de la salvación que
se experimenta después del extravío, la confusión, el pesar de
haberse alejado de Dios. Ahora bien, dicha alegría es ante todo
alegría de Dios que le es comunicada al hombre. En tales
circunstancias, cada uno de nosotros puede experimentar la
alegría misma de Dios y comunicarla a los demás.
­Dios encuentra su alegría en perdonar los pecados y en
purificar el corazón humano. Esto «será para mi un nombre
evocador de alegría, será prez y ornato para todas las naciones de
la tierra» (Jer 33,9). En las parábolas de la misericordia es
particularmente evidenciada la alegría de Dios, más que la del
hombre.
­La alegría del hombre tiene su origen en la salvación llevada a
cabo por Dios, cuya misericordia, amor, bondad y perdón
proclama. Canta el salmista: «Vuélveme la alegría de tu salvación»
(Ps 51,14).
­La alegría acompaña de una manera particular al
(ALEGRIA/ENCONTRAR-J) encuentro con Jesucristo. Se trata de
una alegría esperada y prometida: Abraham se regocijó pensando
en ver mi día» (de Cristo) (Jn 8,56); es un don en María de
Nazaret: «Alégrate, el Señor está contigo» (Lc 1,28), es anuncio
para los pastores: «Os anuncio una gran alegría» (Lc 2,10); es
consolación para Simeón: «Mis ojos han visto tu salvación» (Lc
2,30); es encuentro pascual: «Los discípulos se alegraron de ver
al Señor» (Jn 20,20).

El ministerio de la Palabra, que por su naturaleza tiende a
comunicar la salvación, se convierte en un lugar privilegiado en el
que poder compartir la alegría de Dios al entrar en comunión de
vida con los que te escuchaban y ayudar a tus muchachos a
redescubrir, en el misterio de la pascua, la fuente de la verdadera
alegría.


2. LA ALEGRÍA DEL CATEQUISTA
CR/ALEGRIA: La alegría del catequista proviene de una
disposición interior habitual que trasciende toda su vida de
creyente. En realidad, donde a diario se perfila la alegría que el
catequista comparte con sus muchachos, es en la experiencia
cotidiana del compromiso familiar, del estudio y del trabajo.

Existe hoy día «necesidad de un paciente esfuerzo de educación para
aprender, o volver a aprender, a gustar sencillamente las múltiples
alegrías humanas que el Creador pone ya en nuestro camino: la alegría
del amor casto y santificado; la alegría sedante de la naturaleza y del
silencio; la alegría transparente de la pureza, del servicio, de la
participación; la alegría exigente del sacrificio... La alegría cristiana
presupone un hombre capaz de alegrías naturales. Muchas veces
partiendo de ellas, Cristo ha anunciado el reino de Diosa (GD I,7).

Solo de esta manera podrá el catequista llegar a ser «donante
gozoso de riquezas espirituales».

Un servicio humilde y alegre
El catequista, antes que nada, vive su ministerio con un
profundo sentido de alegría. Lo mismo que el profeta, también él
ha de poder decir: «Se presentaban tus palabras, y yo las
devoraba; era tu palabra para mi un gozo y alegría de corazón,
porque se me llamaba por tu Nombre, Yahveh, Dios Sebaot» (Jer
15,16). En este sentido se siente él enviado a «ayudar a los
hermanos a encaminarse por los senderos de la alegría
evangélica, en medio de las realidades que constituyen su vida y
de las que no podrían evadirse» (GD V,8).
Se trata de una alegría que se expresa también en el servicio
humilde y escondido de anunciar la Palabra de Dios a un grupo de
muchachos.
­El catequista acoge «con alegría y gratitud el propio don
espiritual» (RdC 182), desempeñando su ministerio con «la dulce y
confortadora alegría de evangelizar, aun cuando haya que
sembrar con lágrimas» (EN 80).
­Habla de Jesucristo, animado de un profundo entusiasmo que
deja traslucir en el tono de su voz, pero sobre todo en la
experiencia de la familiaridad que vive él con el Señor.
­La alegría interior del catequista coexiste también ante las
dificultades, las incomprensiones, la indiferencia. También en estas
ocasiones ha de saber alegrarse, tal como se anuncia en el
evangelio: «bienaventurados seréis cuando os injurien, y os
persigan, y digan contra vosotros toda clase de mal por mi causa.
Alegraos y regocijaos...» (Mt 5,11-12).

Es verdad que los muchachos de hoy esperan recibir «la buena
nueva no de evangelizadores tristes y desalentados, ansiosos e
impacientes, sino de ministros del evangelio cuya vida irradie
fervor, que hayan recibido previamente en si mismos la alegría de
Cristo...» (EN 80).

La verdadera alegría en el encuentro con el Señor
El catequista adquiere la alegría cristiana a través de un
encuentro asiduo con el Señor, de manera particular con la
participación en la experiencia sacramental. En el encuentro
comunitario con el Señor resucitado, celebra en la alegría el
misterio de la pascua que se renueva bajo los signos de los
sacramentos.
­En la reconciliación, el catequista descubre el rostro de un Dios
que, en Jesucristo, se revela misericordioso, pronto al perdón y a
la rehabilitación. La confesión se convierte, por lo tanto, en fuente
de santidad, de paz y de alegría» (GD V,10). El sentirse renovado,
acogido continuamente por el Señor, suscita un sentido de
admiración que no puedes dejar de transmitir a tus muchachos.
­El pensamiento de un Dios en el que se puede siempre
encontrar confianza y amor, por encima de nuestras infidelidades,
es motivo de una profunda alegría interior. ¿Cómo hablar de él sin
sentirse agradecido? Debería resultarte natural desempeñar tu
ministerio «con amor, celo y alegría siempre crecientes» (EN 1)
­En la eucaristía vive el catequista la experiencia del amor de
Dios Padre, que se manifiesta en el don de Jesucristo muerto y
resucitado. Es un misterio del que proviene la alegría de sentirse
hijos del Padre y acogidos como hermanos en su gran familia. En
la eucaristía alcanzas la alegría de la Iglesia, que celebra la
salvación y proclama a todos los hombres. Al despedirte de la
asamblea litúrgica deberías sentirte enviado por la comunidad a
anunciar, con entusiasmo, a Jesucristo.

Sin una participación frecuente en los sacramentos te será difícil
transmitir la alegría cristiana. Tu palabra podrá ser tal vez
agradable, simpática, atrayente, pero, si carece de la alegría que
se experimenta en el encuentro con el Señor, es siempre vacía y
pobre, destinada, por consiguiente, a decepcionar.

Catequista: heraldo de la alegría pascual
CATI/HERALDO PREDICADOR/HERALDO: El catequista es un
heraldo de la alegría pascual. El heraldo es el portavoz oficial de
un mensaje gozoso en nombre de otro. Tu palabra repropone a
distancia, pero con la misma fuerza incisiva, el anuncio del
evangelio: «Ha resucitado, no está aquí... ¿por qué buscáis entre
los muertos al que vive?» (Lc 24,5s), y la queja de Jesús a los
discípulos de Emaús: «¿Por qué os turbáis y por qué se suscitan
dudas en vuestro corazón?» (Lc 24,38). El catequista es fiel a la
alegría de pascua con la que sabe animar, con diversos acentos,
su comunicación a los muchachos. Se presenta ante ellos como un
heraldo, imagen grata al apóstol Pablo, que habitualmente inicia
sus cartas a las comunidades cristianas con el anuncio de un
mensaje de alegría, de paz, de gracia de parte del Señor.
El evangelista Juan proclama al comienzo de su carta: «Os
escribimos esto para que vuestro gozo sea completo» (1 Jn 1,4).
Todo catequista se sitúa frente a los muchachos con estas
actitudes.
­Es un heraldo, es decir, un enviado, un escogido, un mandado
de confianza por la comunidad a anunciar que el Señor ha
resucitado. Según el protocolo imperial del que está tomado, el
término «heraldo» designa siempre a un amigo del rey, el cual ha
comprobado previamente sus aptitudes y la potencia de su voz.
Para ti, catequista, la fuerza de tu anuncio se encuentra en otra
parte; depende de la profundidad de tu fe y de la intensidad con la
que tu comunidad viva y testimonie el misterio pascual en su propia
vida.
­El heraldo desempeña siempre una función sacerdotal, porque
proclama la presencia de Dios en medio de su pueblo, al que dirige
la invitación a alabar al Señor por las maravillosas obras que ha
realizado. El paso de la alegría a la acción de gracias y a la
expresión cultural es inmediato.
­El heraldo congrega con su voz, a fin de que su anuncio sea
conocido por todos, pero especialmente para que el gozo sea
comunitario. La propuesta que él ha venido a traer es un
acontecimiento alegre para todo el pueblo y para su historia.

La riqueza de la imagen del heraldo, a quien es confiado el
anuncio del Evangelio», perfila tu identidad de catequista con
relieves que confieren un significado gozoso al ministerio de la
Palabra. Deberías ser capaz de encontrarte siempre con tus
muchachos con un «evangelio» es decir, una buena noticia que
Dios, a través de ti, quiere comunicarles a ellos


3. EDUCAR EN LA ALEGRÍA CRISTIANA
EDUCO/EN-LA-ALEGRIA ALEGRIA/EDUCAR-EN-LA: En una
apoca en la que los muchachos están precozmente en contacto
con las contradicciones de la sociedad y, consiguientemente, más
inclinados a captar los aspectos negativos, es menester enseñar a
gustar la alegría cristiana en las realidades de cada día.
La critica disgregadora no deja a veces traslucir el empano, la
buena voluntad, las intenciones que animan a aquellos que
trabajan por el bien de todos en medio de múltiples dificultades. De
ello se deriva una visión negativa que provoca la violencia y la
rebelión. El espíritu critico es autentico si sabe captar también los
aspectos positivos, es decir, los gérmenes de bondad, de
generosidad, escondidos en las relaciones humanas y que dejan
espacio a la esperanza y a la alegría. Se trata de una exigencia
pedagógica, pero para los creyentes es, antes que nada, una
respuesta de fe a la Palabra de Dios.
La educación cristiana es, en realidad, inseparable de la alegría,
es decir, de una visión positiva de la realidad, sin por ello pasar
por alto el mal, sino captándolo dentro de una perspectiva en la
que todo converge, en los individuos aislados y en la sociedad, a
la construcción del reino de Dios. Esto comporta la adopción de
una pedagogía de la alegría que prepare a la conversión al
evangelio, para celebrar después la propia fe en la asamblea
litúrgica.

La pedagogía de la alegría
El anuncio de la alegría, implícito en la Palabra de Dios, es
inseparable del entramado de relaciones que el catequista acierte
sabiamente a establecer entre él y quienes le escuchan, entre los
muchachos, la propuesta cristiana y la finalidad a la que tiende.
Se sitúa, por tanto, en el centro de una serle de mediaciones
que implican directamente el mensaje cristiano. No cabe duda de
que la alegría se expresa, ante todo, procurando guardar una
serie de requisitos que transforman el encuentro catequético en un
momento agradable, esperado y querido.
­El catequista tiene que esmerarse particularmente en la acogida
de los muchachos, expresándoles personalmente la alegría de
poder verles de nuevo con el saludo, la sonrisa, entreteniéndose
con ellos en una conversación cordial. San Agustín dice del
catequista: «Cuanto más alegre se muestre, tanto más agradable
resultará para los que le escuchan... Si, efectivamente, Dios ama al
que da con alegría las riquezas materiales, con mayor razón amará
al que da con alegría riquezas espirituales». Pero no debes
engañarte pensando que la alegría que consigues transmitir
depende de ti. «Hacer conocer tal alegría en el momento oportuno
corresponde a la misericordia de aquel que enseña a ser
generosos» (S. Agustín).
­El ambiente en que se desarrolla el encuentro catequético debe
poder transmitir a los que en él entran una sensación de alegría,
que se refleja en los objetos, la ornamentación, los posters,
cuadros murales, etc. La elección de los mismos instrumentos
didácticos, para poder transmitir la alegría del mensaje cristiano,
debe asociarse al sentido de lo bello, de lo sugestivo y de lo
atrayente
­El catequista no tiene que aburrir nunca a los muchachos
siendo demasiado prolijo en la explicación, demasiado exigente en
las preguntas o incomprensible en el lenguaje que emplea. Es
indispensable que sea breve y eficaz en el modo de proponer la fe
y capaz de mantener despierta la atención, a fin de que su palabra
sea acogida con alegría. Si se acierta, «Alegrémonos, porque ello
complace no a nosotros, sino a Dios» (S. Agustín)

Este conjunto de formalidades es un modo de colaborar con el
Espíritu para que conceda a los muchachos la alegría de la
acogida de la Palabra de Dios. A este propósito nada debe
parecerte secundario en la catequesis, porque la simple omisión
de algunos detalles, por modestos que sean, como la cómoda
disposición de los muchachos o la armonía del ambiente, puede ir
acompañada de una sensación de tedio y de aburrimiento que son
preludio de la impaciencia y, más tarde, del rechazo.

La conversión al evangelio
La alegría del mensaje cristiano debe acentuarse de una
manera particular cuando las propuestas que ofrece son
comprometedoras. No en vano la conversión, que es el cambio
radical que Jesús exige, es considerada siempre en función de un
Evangelio: «convertíos... al evangelio» (Mc 1,15); en función del
reino de Dios, que es la alegre noticia; en función de la Palabra,
que es siempre un anuncio gozoso.
En esta dimensión se sitúa la respuesta de fe que el catequista
trata de hacer madurar en los muchachos.
­Lo creado constituye el lugar del descubrimiento de los dones
gratuitos del Padre; constituye, pues, un «evangelio» del amor de
Dios a todo ser humano, bueno o malo, del cual cuida él siempre.
Es una deferencia de la que brota un sentido de gozoso
agradecimiento que libera de toda utilización egoísta.
­La pertenencia a la Iglesia (I/ALEGRIA-DE-SER), cuya vida es
comunión con el Señor, es tal vez un dato fáctico que ya no causa
admiración. Y sin embargo, la comunidad cristiana es un
«evangelio» que anuncia cómo cada uno, dentro de ella, es amado
como hijo, hermano y amigo por el Padre, por Jesucristo y por el
Espíritu Santo. Es menester convertirse a la gozosa conciencia de
haber sido bautizados, confirmados, acogidos a la mesa
eucarística, a la reconciliación...
­La propuesta moral es un «evangelio» para el cristiano, en el
sentido de que quienes la viven son «bienaventurados». La
conversión que requiere es ya un camino hacia la alegría, es un
abandonar algo para volver a encontrar el todo; un desasirse para
hacerse libres. Todo muchacho tiene que ser «consciente de que
su fe se halla en armonía con las aspiraciones mas secretas del
corazón humano... seguro de que su gozosa esperanza está
destinada a difundirse» (RdC 51).

La celebración de la alegría en la comunidad
La alegría del catequista adquiere y recupera el timbre pascual
en las celebraciones litúrgicas. Aquí es donde se revive y se
actualiza para la comunidad y para cada uno de sus miembros el
misterio de la pascua. Por esta razón el catequista participa en las
asambleas litúrgicas con un sentimiento de alegría e introduce en
ella a los muchachos, a fin de que también ellos vivan tal
experiencia de una manera alegre.
­El poder alabar a Dios y, consiguientemente, ejercer el culto es
un motivo de alegría, porque es expresión del propio
agradecimiento que se asocia al de la comunidad entera.
­La alegría cristiana es siempre comunitaria, puesto que las
maravillosas obras realizadas por el Señor conciernen a todo el
pueblo de Dios. Por lo tanto, únicamente con otros existe
verdadera alegría, haciendo comunión con formas expresivas que
creen la unidad recíproca. Entre ellas, el canto es un modo
privilegiado. No sé si estarás acostumbrado a hacer cantar a los
muchachos en la catequesis. Y sin embargo, es ésta una
respuesta comunitaria a la Palabra ya en el grupo, que se expresa
en cuanto tal.
­La alegría cristiana va unida a la fiesta semanal de la pascua
que se celebra en el día del Señor. Es importante, pues, iniciar a
los muchachos en el sentido del domingo como día de fiesta para
el Señor y con el Señor.

Sin la celebración de la alegría cristiana en la comunidad
reunida, de manera particular el domingo, resultará difícil para
cada uno de nosotros conservar en el ánimo el sentido de la
alegría que proviene de Dios.

PARA LA ORACIÓN
Danos, Padre, te pedimos, el gozo
de la presencia vivificante de tu Espíritu.
Concédenos que él esté siempre con nosotros,
el Espíritu que espera compasivo al que se descarría,
que acoge con amor al que regresa,
que sostiene el caminar del fatigado,
da esperanza a quien ha desesperado,
defiende el derecho de quien padece opresión.
Infunde, Padre, vigor a nuestra dulzura,
da tu luz sapiencial a nuestra mente:
haznos fuertes en la fe
y ardientes en la práctica del amor. Amén.
(De la Liturgia mozárabe)

GAETANO GATTI
SER CATEQUISTA HOY
Itinerario de fe para la formación espiritual
del "Ministro de la Palabra"
SAL-TERRAE Santander-1981. Págs.123-164

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